La promoción de los derechos del hombre, camino hacia la paz

La Paz para nosotros los Cristianos no es solamente un equilibrio exterior, un orden jurídico, un conjunto de relaciones públicas disciplinadas; sino que es, ante todo, el resultado de la actuación del designio de sabiduría y amor, con que Dios ha querido instaurar las relaciones sobrenaturales con la humanidad. La Paz es el primer efecto de esta nueva economía divina, que llamamos gracia; «gracia y paz», repite el Apóstol; es un don de Dios, que se convierte en estilo del vivir cristiano, es una fase mesiánica, que refleja su luz y su esperanza aun sobre la ciudad temporal y que corrobora con sus más altas razones aquellas sobre las que ésta funda su propia Paz. La Paz de Cristo añade a la dignidad de los ciudadanos del mundo la de hijos del Padre celestial; a la igualdad natural de los hombres, la de la fraternidad cristiana; a las contiendas humanas, que comprometen y violan siempre la Paz, la de Cristo les debilita sus pretextos e impugna sus motivos, indicando las ventajas de un orden moral, ideal y superior, y revela la prodigiosa virtud religiosa y civil del perdón generoso; a la incapacidad del arte humano para engendrar una Paz sólida y estable, la de Cristo presta la ayuda de su inagotable optimismo; a la falacia de la política del prestigio orgulloso y del interés material, la Paz de Cristo sugiere la política de la caridad; a la justicia con demasiada frecuencia tímida e impaciente, que sostiene sus exigencias con el furor de las armas, la Paz de Cristo infunde la energía invicta del derecho que deriva de las profundas razones de la naturaleza humana y del destino transcendental del hombre. Y no es miedo de la fuerza ni de la resistencia la Paz de Cristo la cual recaba su espíritu del sacrificio que redime; ni tampoco la Paz de Cristo, que conoce el dolor y las necesidades humanas y sabe encontrar amor y donación para los pequeños, los pobres, los débiles, los desheredados, los que sufren, los humillados, los vencidos, es vileza que transige con las desgracias e insuficiencias de los hombres sin fortuna y sin defensa. Es decir, la Paz de Cristo, más que cualquiera otra fórmula humanitaria, se preocupa de los Derechos del Hombre.

Pablo VI, Mensaje para la II Jornada Mundial por la Paz 1969

Clave bíblica de lectura

Evangelio de San Mateo 5

1Cuando Jesús vio todo aquel gentío, subió al monte y se sentó. Se le acercaron sus discípulos, 
2y él se puso a enseñarles, diciendo:
3— Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de los cielos.
4Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará.
5Felices los humildes, porque Dios les dará en herencia la tierra.
6Felices los que desean de todo corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo.
7Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos.
8Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios.
9Felices los que trabajan en favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos.
10Felices los que sufren persecución por cumplir la voluntad de Dios*, porque suyo es el reino de los cielos.
11Felices vosotros cuando os insulten y os persigan, y cuando digan falsamente de vosotros toda clase de infamias por ser mis discípulos.
12¡Alegraos y estad contentos, porque en el cielo tenéis una gran recompensa! ¡Así también fueron perseguidos los profetas que vivieron antes que vosotros!
 
 

Oración

Salmo 115

Tenía fe, aun cuando dije: ¡Qué desgraciado soy!
 
1Amo al Señor porque escucha
mi voz suplicante.
2Lo invocaré de por vida,
porque es todo oídos para mí.
3Las cadenas de la muerte me cercaban,
me alcanzaba la tristeza del abismo,
era presa de la angustia y el dolor.
4Pero invoqué el nombre del Señor:
“Te ruego, Señor, que me salves”.
5El Señor es clemente y justo,
es compasivo nuestro Dios.
6El Señor protege a los sencillos:
estaba yo abatido y me salvó.
7¡A ver si recobro la calma,
pues el Señor ha sido bueno conmigo!
8Me ha librado de la muerte,
ha preservado mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
9Caminaré en presencia del Señor
en la tierra de los vivos.
10Tenía yo confianza aunque decía:
“¡Qué desgraciado soy!”.
11En mi turbación exclamaba:
“Todos los humanos mienten”.
12¿Cómo pagaré al Señor
todos los beneficios que me ha hecho?
13Alzaré la copa de la salvación,
invocaré el nombre del Señor.
14Cumpliré al Señor mis promesas
delante de todo su pueblo.
15Mucho le importa al Señor
la muerte de sus fieles.
16Yo soy tu siervo, Señor;
soy tu siervo, el hijo de tu esclava;
tú desataste mis ataduras.
17Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocaré el nombre del Señor.
18Cumpliré al Señor mis promesas
delante de todo su pueblo,
19en los atrios de la casa del Señor*,
en medio de ti, Jerusalén.
¡Aleluya!