Santiago
En medio de la prueba (1, 12-18)
12Dichoso quien resiste la prueba pues, una vez acrisolado, recibirá como corona la vida que el Señor ha prometido a quienes lo aman.
13Nadie acosado por la tentación tiene derecho a decir: "Es Dios quien me pone en trance de caer". Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie al mal.
14Cada uno es puesto a prueba por su propia pasión desordenada, que lo arrastra y lo seduce.
15Semejante pasión concibe y da a luz al pecado; y este, una vez cometido, origina la muerte.
16Hermanos míos queridos, no os engañéis.
17Todo beneficio y todo don perfecto bajan de lo alto, del creador de la luz, en quien no hay cambios ni períodos de sombra.
18Él, por su libre voluntad, nos engendró mediante la palabra de la verdad para que seamos como primeros frutos entre sus criaturas.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social: Compendio de la doctrina social
Este Documento [el Compendio] se propone también a los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras religiones, así como a cuantos, hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio al bien común: quieran recibirlo como el fruto de una experiencia humana universal, colmada de innumerables signos de la presencia del Espíritu de Dios. Es un tesoro de cosas nuevas y antiguas (cf. Mt 13,52), que la Iglesia quiere compartir, para agradecer a Dios, de quien « desciende toda dádiva buena y todo don perfecto » (St 1,17). Constituye un signo de esperanza el hecho que hoy las religiones y las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la urgencia de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento de la persona humana.
La Iglesia Católica une en particular el propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las demás Iglesias y Comunidades Eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico. Con ellas, la Iglesia Católica está convencida que de la herencia común de las enseñanzas sociales custodiadas por la tradición viva del pueblo de Dios derivan estímulos y orientaciones para una colaboración cada vez más estrecha en la promoción de la justicia y de la paz (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 12).
La auténtica conducta religiosa (1, 19-27)
19Sabed, hermanos míos queridos, que es preciso ser diligentes para escuchar, parcos al hablar y remisos en airarse,
20ya que el airado no es capaz de portarse con rectitud ante Dios.
21Por tanto, renunciando a todo vicio y al mal que nos cerca por doquier, acoged dócilmente la palabra que, plantada en vosotros, es capaz de salvaros.
22Pero se trata de que pongáis en práctica esa palabra y no simplemente que la oigáis, engañándoos a vosotros mismos.
23Quien oye la palabra, pero no la pone en práctica, se parece a quien contempla su propio rostro en el espejo:
24se mira y, en cuanto se va, se olvida sin más del aspecto que tenía.
25Dichoso, en cambio, quien se entrega de lleno a la meditación de la ley perfecta -la ley de la libertad- y no se contenta con oirla, para luego olvidarla, sino que la pone en práctica.
26Si alguno se hace ilusiones de ser religioso de verdad, pero no controla su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad no vale para nada.
27Esta es la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre: asistir a los débiles y desvalidos en sus dificultades y mantenerse incontaminado del mundo.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: derecho y deber de la Iglesia
La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio. El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.
Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano y mundano, irrelevante o extraño a la salvación. Por esto la doctrina social no es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 70).
Fe y obras (2, 1-26)
1Hermanos míos, que vuestra fe en Jesucristo glorificado no se mezcle con favoritismos.
2Supongamos, por ejemplo, que llegan dos personas a vuestra reunión: una con anillos de oro y magníficamente vestida; la otra, pobre y andrajosa.
3Si en seguida os fijáis en la que va bien vestida y le decís: "Tú, siéntate aquí en el lugar de honor", y a la otra, en cambio, le decís: "Tú, quédate ahí de pie" o "Siéntate en el suelo a mis pies",
4¿no estáis actuando con parcialidad y convirtiéndoos en jueces con criterios perversos?
5Escuchad, hermanos míos queridos: Dios ha elegido a los pobres del mundo, para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman.
6¡Pero vosotros despreciáis al pobre! Y, sin embargo, son los ricos los que os tiranizan y os arrastran ante los tribunales.
7Son ellos los que deshonran el hermoso nombre [de Jesús], que fue invocado sobre vosotros.
8Vuestra conducta será buena si cumplís la suprema ley de la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
9Pero si os dejáis llevar de favoritismos, cometéis pecado y la ley os acusa como transgresores.
10Porque, aunque observéis toda la ley, si quebrantáis un solo mandato, os hacéis culpables de todos,
11ya que quien dijo: No cometas adulterio, dijo también: No mates. Si, pues, no cometes adulterio, pero matas, eres igualmente transgresor de la ley.
12Así que hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad.
13Y tened en cuenta que será juzgado sin compasión quien no practicó la compasión. La compasión, en cambio, saldrá triunfante del juicio.
14¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, alardear de fe, si carece de obras? ¿Podrá salvarlo esa fe?
15Imaginad el caso de un hermano o una hermana que andan mal vestidos y faltos del sustento diario.
16Si acuden a vosotros y les decís: "Dios os ampare, hermanos; que encontréis con qué abrigaros y con qué matar el hambre", pero no les dais nada para remediar su necesidad corporal, ¿de qué les servirán vuestras palabras?
17Así es la fe: si no produce obras, está muerta en su raíz.
18Se puede también razonar de esta manera: tú dices que tienes fe; yo, en cambio, tengo obras. Pues a ver si eres capaz de mostrarme tu fe sin obras, que yo, por mi parte, mediante mis obras te mostraré la fe.
19¿Tú crees que hay un único Dios? De acuerdo; también los demonios creen y se estremecen de pavor.
20¿No querrás enterarte, presuntuoso de ti, que la fe sin obras es estéril?
21Y Abrahán, nuestro padre, ¿no alcanzó el favor de Dios mediante las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?
22Ves, pues, cómo la fe daba fuerza a sus obras, y cómo las obras hicieron perfecta su fe.
23Se cumplió así la Escritura que dice: Creyó Abrahán a Dios y esto le valió que Dios le concediera su amistad, y por eso se lo llamó "amigo de Dios".
24Resulta, pues, que las obras, y no solamente la fe, intervienen en que Dios restablezca al ser humano en su amistad.
25Ahí tienes también a Rajab, la prostituta: ¿no fueron sus obras, al hospedar y conducir luego por otro camino a los mensajeros de Josué, las que hicieron que Dios le concediera su amistad?
26Y es que así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así está muerta también la fe sin obras.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: igual dignidad de todas las personas humanas
Sólo el reconocimiento de la dignidad humana hace posible el crecimiento común y personal de todos (cf. St 2,19). Para favorecer un crecimiento semejante es necesario, en particular, apoyar a los últimos, asegurar efectivamente condiciones de igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer, garantizar una igualdad objetiva entre las diversas clases sociales ante la ley.
También en las relaciones entre pueblos y Estados, las condiciones de equidad y paridad son el presupuesto para un progreso auténtico de la comunidad internacional. No obstante los avances en esta dirección, es necesario no olvidar que aún existen demasiadas desigualdades y formas de dependencia.
A la igualdad en el reconocimiento de la dignidad de cada hombre y de cada pueblo, debe corresponder la conciencia de que la dignidad humana sólo podrá ser custodiada y promovida de forma comunitaria, por parte de toda la humanidad. Sólo con la acción concorde de los hombres y de los pueblos sinceramente interesados en el bien de todos los demás, se puede alcanzar una auténtica fraternidad universal; por el contrario, la permanencia de condiciones de gravísima disparidad y desigualdad empobrece a todos (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 145).
Verdadera y falsa sabiduría (3, 13-18)
13Si entre vosotros alguien se precia de sabio o inteligente, demuestre con su buena conducta su amabilidad y su sabiduría.
14Pero si tenéis el corazón lleno de envidia y de ambición, ¿para qué presumir de sabiduría y andar falseando la verdad?
15Semejante sabiduría no viene de lo alto, sino que es terrena, carnal, diabólica.
16Y es que donde hay envidia y ambición, allí reina el desenfreno y la maldad sin límites.
17En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es ante todo pura, pero también pacífica, indulgente, conciliadora, compasiva, fecunda, imparcial y sincera.
18Resumiendo: los artífices de la paz siembran en paz, para obtener el fruto de una vida recta.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social: la justicia
La plena verdad sobre el hombre permite superar la visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor: « Por sí sola, la justicia no basta. Más aún, puede llegar a negarse a sí misma, si no se abre a la fuerza más profunda que es el amor ». En efecto, junto al valor de la justicia, la doctrina social coloca el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la paz. Si la paz es fruto de la justicia, « hoy se podría decir, con la misma exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica (cf. Is 32,17; St 32,17), Opus solidaritatis pax, la paz como fruto de la solidaridad ». La meta de la paz, en efecto, « sólo se alcanzará con la realización de la justicia social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor » (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 203).
El peligro de la riqueza (5, 1-6)
1Vosotros, los ricos, llorad y gemid a la vista de las calamidades que se os van a echar encima.
2Vuestra riqueza está podrida; vuestros vestidos están apolillados.
3Hasta vuestro oro y vuestra plata están siendo presa de la herrumbre, que testimoniará contra vosotros y devorará vuestros cuerpos como fuego. ¿Para qué amontonáis riquezas ahora que el tiempo se acaba?
4Mirad, el salario defraudado a los jornaleros que cosecharon vuestros campos está clamando, y sus clamores han llegado a los oídos del Señor del universo.
5Habéis vivido con lujo en la tierra, entregados al placer; con ello habéis engordado para el día de la matanza.
6Habéis condenado y asesinado al inocente que ya no os opone resistencia.
Clave de lectura a la luz de la doctrina social de la Iglesia: destino universal de los bienes y opción preferencial por los pobres
El amor de la Iglesia por los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa. La Iglesia « desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables ». Inspirada en el precepto evangélico: « De gracia lo recibisteis; dadlo de gracia » (Mt 10,8), la Iglesia enseña a socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades y prodiga en la comunidad humana innumerables obras de misericordia corporales y espirituales: « Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios », aun cuando la práctica de la caridad no se reduce a la limosna, sino que implica la atención a la dimensión social y política del problema de la pobreza. Sobre esta relación entre caridad y justicia retorna constantemente la enseñanza de la Iglesia: « Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia ». Los Padres Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este deber « para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia ». El amor por los pobres es ciertamente « incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta » (cf. St 5,1-6) (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 184).