El profeta Elías
Elías frente a los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo
1R 18,16b-40
En aquellos días, Ajab marchó al encuentro de Elías y, al verlo, le dijo:
«¿Eres tú, ruina de Israel?»
Elías le contestó:
«¡No he arruinado yo a Israel, sino tú y tu familia, por dejar los mandatos del Señor y seguir a los Baales! Ahora, manda que se reúna en torno a mí todo Israel en el monte Carmelo, con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, comensales de Jezabel.»
Ajab despachó órdenes a todo Israel, y los profetas se reunieron en el monte Carmelo. Elías se acercó a la gente y dijo:
«¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal.»
La gente no respondió una palabra. Entonces Elías les dijo:
«He quedado yo solo como profeta del Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos den dos novillos: vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña, sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios, y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero.»
Toda la gente asintió:
«¡Buena idea!»
Elías dijo a los profetas de Baal:
«Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, porque sois más. Luego invocad a vuestro dios, pero sin encender el fuego.»
Cogieron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía:
«¡Baal, respóndenos!»
Pero no se oía una voz ni una respuesta, mientras brincaban alrededor del altar que habían hecho. Al mediodía, Elías empezó a reírse de ellos:
«¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero estará meditando, o bien ocupado, o estará de viaje; ¡a lo mejor está durmiendo y se despierta!»
Entonces gritaron más fuerte; y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta chorrear sangre por todo el cuerpo. Pasado el mediodía, entraron en trance, y así estuvieron hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oía una voz, ni una palabra, ni una respuesta. Entonces Elías dijo a la gente:
«¡Acercaos!»
Se acercaron todos, y él reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido: cogió doce piedras, una por cada tribu de Jacob, a quien el Señor había dicho: «Te llamarás Israel»; con las piedras levantó un altar en honor del Señor, hizo una zanja alrededor del altar, como para sembrar dos fanegas; apiló la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre la leña y dijo:
«Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre la víctima y la leña.»
Luego dijo:
«¡Otra vez!»
Y lo hicieron otra vez. Añadió:
«¡Otra vez!»
Y lo repitieron por tercera vez, El agua corrió alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó de agua. Llegada la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y oró:
«¡Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel! Que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, y yo tu siervo, que he hecho esto por orden tuya. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les cambiará el corazón.»
Entonces el Señor envió un rayo que abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja.
Al verlo, cayeron todos, exclamando:
«¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!»
Elías les dijo:
«Agarrad a los profetas de Baal. Que no escape ninguno.»
Los agarraron. Elías los bajó al torrente Quisón, y allí los degolló.
Elías frente a los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo
1R 18,16b-40
En aquellos días, Ajab marchó al encuentro de Elías y, al verlo, le dijo:
«¿Eres tú, ruina de Israel?»
Elías le contestó:
«¡No he arruinado yo a Israel, sino tú y tu familia, por dejar los mandatos del Señor y seguir a los Baales! Ahora, manda que se reúna en torno a mí todo Israel en el monte Carmelo, con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, comensales de Jezabel.»
Ajab despachó órdenes a todo Israel, y los profetas se reunieron en el monte Carmelo. Elías se acercó a la gente y dijo:
«¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal.»
La gente no respondió una palabra. Entonces Elías les dijo:
«He quedado yo solo como profeta del Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos den dos novillos: vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña, sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios, y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero.»
Toda la gente asintió:
«¡Buena idea!»
Elías dijo a los profetas de Baal:
«Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, porque sois más. Luego invocad a vuestro dios, pero sin encender el fuego.»
Cogieron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía:
«¡Baal, respóndenos!»
Pero no se oía una voz ni una respuesta, mientras brincaban alrededor del altar que habían hecho. Al mediodía, Elías empezó a reírse de ellos:
«¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero estará meditando, o bien ocupado, o estará de viaje; ¡a lo mejor está durmiendo y se despierta!»
Entonces gritaron más fuerte; y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta chorrear sangre por todo el cuerpo. Pasado el mediodía, entraron en trance, y así estuvieron hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oía una voz, ni una palabra, ni una respuesta. Entonces Elías dijo a la gente:
«¡Acercaos!»
Se acercaron todos, y él reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido: cogió doce piedras, una por cada tribu de Jacob, a quien el Señor había dicho: «Te llamarás Israel»; con las piedras levantó un altar en honor del Señor, hizo una zanja alrededor del altar, como para sembrar dos fanegas; apiló la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre la leña y dijo:
«Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre la víctima y la leña.»
Luego dijo:
«¡Otra vez!»
Y lo hicieron otra vez. Añadió:
«¡Otra vez!»
Y lo repitieron por tercera vez, El agua corrió alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó de agua. Llegada la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y oró:
«¡Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel! Que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, y yo tu siervo, que he hecho esto por orden tuya. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les cambiará el corazón.»
Entonces el Señor envió un rayo que abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja.
Al verlo, cayeron todos, exclamando:
«¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!»
Elías les dijo:
«Agarrad a los profetas de Baal. Que no escape ninguno.»
Los agarraron. Elías los bajó al torrente Quisón, y allí los degolló.
El Señor se revela a Elías
1R 19,1-9a.11-21
En aquellos días, Ajab contó a Jezabel lo que había hecho Elías, cómo había pasado a cuchillo a los profetas. Entonces Jezabel mandó a Elías este recado:
«Que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no hago contigo lo mismo que has hecho tú con cualquiera de ellos.»
Elías temió y emprendió la marcha para salvar la vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él continuó por el desierto, una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte:
«¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!»
Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel le tocó y le dijo:
«¡Levántate, come!»
Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:
«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.»
Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Allí se metió en una cueva donde pasó la noche. El Señor le dijo:
«Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!»
Vino un huracán tan violento que descuajaba los montes y hacía trizas las peñas delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le decía:
«¿Qué haces aquí, Elías?»
Respondió:
«Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.»
El Señor dijo:
«Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco y, cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén. Al que escape de la espada de Jazael lo matará Jehú, y al que escape de la espada de Jehú lo matará Eliseo. Pero yo me reservaré en Israel siete mil hombres: las rodillas que no se han doblado ante Baal, los labios que no lo han besado.»
Elías se marchó y encontró a Eliseo, hijo de Safat, arando con doce yuntas en fila, él con la última. Elías pasó a su lado y le echó encima el manto. Entonces Eliseo, dejando los bueyes, corrió tras Elías y le pidió:
«Déjame decir adiós a mis padres; luego vuelvo y te sigo.»
Elías le dijo:
«Ve y vuelve; ¿quién te lo impide?»
Eliseo dio la vuelta, cogió la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio; hizo fuego con los aperos, asó la carne y ofreció de comer a su gente; luego se levantó, marchó tras Elías y se puso a su servicio.
Elías, defensor de la justicia para con los pobres
1R 21,1-21.27-29
Por aquel tiempo, Nabot, el de Yezrael, tenía una viña pegando al palacio de Ajab, rey de Samaria. Ajab le propuso:
«Dame la viña para hacerme yo una huerta, porque está al lado, pegando a mi casa; yo te daré en cambio una viña mejor o, si prefieres, te pago en dinero.»
Nabot respondió:
«¡Dios me libre de cederte la heredad de mis padres!»
Ajab marchó a casa malhumorado y enfurecido por la respuesta de Nabot, el de Yezrael, aquello de: «No te cederé la heredad de mis padres.» Se tumbó en la cama, volvió la cara y no quiso probar alimento. Su esposa Jezabel se le acercó y le dijo:
«¿Por qué estás de mal humor y no quieres probar alimento?»
Él contestó:
«Es que hablé a Nabot, el de Yezrael, y le propuse: "Véndeme la viña o, si prefieres, te la cambio por otra." Y me dice: "No te doy mi viña."»
Entonces Jezabel dijo:
«¿Y eres tú el que manda en Israel? ¡Arriba! A comer, que te sentará bien. ¡Yo te daré la viña de Nabot, el de Yezrael!»
Escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los ancianos y notables de la ciudad, paisanos de Nabot. Las cartas decían:
«Proclamad un ayuno y sentad a Nabot en primera fila. Sentad enfrente a dos canallas que declaren contra él: "Has maldecido a Dios y al rey." Lo sacáis afuera y lo apedreáis hasta que muera.»
Los paisanos de Nabot, los ancianos y notables que vivían en la ciudad, hicieron tal como les decía Jezabel, según estaba escrito en las cartas que habían recibido. Proclamaron un ayuno y sentaron a Nabot en primera fila; llegaron dos canallas, se le sentaron enfrente y testificaron contra Nabot públicamente:
«Nabot ha maldecido a Dios y al rey.»
Lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. Entonces informaron a Jezabel:
«Nabot ha muerto apedreado.»
En cuanto oyó Jezabel que Nabot había muerto apedreado, dijo a Ajab:
«Hala, toma posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael, que no quiso vendértela. Nabot ya no vive, ha muerto.»
En cuanto oyó Ajab que Nabot había muerto, se levantó y bajó a tomar posesión de la viña de Nabot, el de Yezrael.
Entonces el Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita:
«Anda, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en Samaria. Mira, está en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión. Dile: "Así dice el Señor: `¿Has asesinado, y encima robas?´ Por eso, así dice el Señor: `En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre.´»
Ajab dijo a Elías:
«¿Con que me has sorprendido, enemigo mío?»
Y Elías repuso:
«¡Te he sorprendido! Por haberte vendido, haciendo lo que el Señor reprueba, aquí estoy para castigarte; te dejaré sin descendencia, te exterminaré todo israelita varón, esclavo o libre.»
En cuanto Ajab oyó aquellas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba taciturno. El Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita:
«¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo.»