El profeta Isaías

Acusación al pueblo
Is 1,1-18
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén, en tiempos de Ozías, de Yotán, de Acaz y de Ezequías, reyes de Judá.
Oíd, cielos, escucha tierra, que habla el Señor: «Hijos he criado y elevado, y ellos se han rebelado contra mí. Conoce el buey a su amo, y el asno, el pesebre del dueño; Israel no conoce, mi pueblo no recapacita.»
¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de culpas, raza de malvados, hijos degenerados! Han abandonado al Señor, despreciado al Santo de Israel.
¿Dónde seguiros hiriendo, si acumuláis delitos? La cabeza es una llaga, el corazón está agotado, de la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa: llagas, cardenales, heridas recientes, no exprimidas ni vendadas ni aliviadas con ungüento.
Vuestra tierra devastada, vuestras ciudades incendiadas, vuestros campos, ante vosotros, los devoran extranjeros. Desolación como en la catástrofe de Sodoma.
Y Sión, la capital, ha quedado como cabaña de viñedo, como choza de melonar, como ciudad sitiada. Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, nos pareceríamos a Gomorra.
Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra:
«¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos y de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.
Entonces, venid, y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana.»

"Pecadores, pero en diálogo con Dios"

Martes, 10 de marzo de 2020

Homilía del Papa Francisco

 

Ayer la Palabra de Dios nos enseñaba a reconocer nuestros pecados y a confesarlos, pero no sólo con la mente, sino también con el corazón, con un espíritu de vergüenza; la vergüenza como una actitud más noble ante Dios por nuestros pecados. Y hoy el Señor nos llama a todos los pecadores a dialogar con Él (cf. Is 1,10.16-20), porque el pecado nos encierra en nosotros mismos, hace que nos escondamos o esconde  nuestra verdad, dentro. Esto es lo que le pasó a Adán y Eva: después del pecado se escondieron, porque se avergonzaron; estaban desnudos (cf. Gn 3,8-10). Y el pecador, cuando siente vergüenza, luego tiene la tentación de esconderse. Y el Señor llama: «Venid y discutamos —dice el Señor—» (Is 1,18); “hablemos de tu pecado, hablemos de tu situación. No tengas miedo”. Y continúa: «Aunque tus pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana». “Venid, porque soy capaz de cambiarlo todo —nos dice el Señor—, no tengáis miedo de venir a hablar, sed valientes incluso con vuestras miserias”.

Me viene a la mente ese santo que era muy penitente, que rezaba mucho. Y trataba siempre de darle al Señor todo lo que el Señor le pedía. Pero el Señor no estaba contento. Y un día se enfadó un poco con el Señor, porque tenía mal carácter el santo. Y le dice al Señor: “Pero, Señor, no te entiendo. Te doy todo, todo, y siempre estás insatisfecho, como si faltara algo. ¿Qué falta?” “Dame tus pecados: eso es lo que falta”. Tener el valor de ir con nuestras miserias a hablar con el Señor: “Venid y discutamos. No tengáis miedo”. «Aunque tus pecado sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana» (v.18).

Esta es la invitación del Señor. Pero siempre hay un engaño: en lugar de ir a hablar con el Señor, fingir que no somos pecadores. Eso es lo que el Señor reprocha a los doctores de la ley (cf. Mt 23,1-12). Estas personas «todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar “mi maestro” por la gente». La apariencia, la vanidad. Cubrir la verdad de nuestro corazón con la vanidad. ¡La vanidad nunca se cura! La vanidad no sana jamás. Además, es venenosa, sigue llevando la enfermedad a tu corazón, llevándote a esa dureza de corazón que te dice: "No, no vayas al Señor, no vayas. Quédate”

La vanidad es precisamente el lugar para cerrarse a la llamada del Señor. En cambio, la invitación del Señor es la de un padre, de un hermano: “¡Ven! Hablemos, hablemos. Al final soy capaz de cambiar tu vida del rojo al blanco”.

Que esta palabra del Señor nos anime; que nuestra oración sea una verdadera oración. De nuestra realidad, de nuestros pecados, de nuestras miserias. Hablar con el Señor. Él sabe, Él sabe lo que somos. Lo sabemos, pero la vanidad siempre nos invita a taparlo. Que el Señor nos ayude.

Juicio y salvación de Sión. Asamblea de los pueblos
Is 1,21-27; 2,1-5
¡Cómo se ha vuelto una ramera la Villa Fiel! Antes llena de derecho, morada de justicia. Tu plata se ha vuelto escoria, tu vino está aguado, tus jefes son bandidos, socios de ladrones: todos amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda.
Oráculo del Señor de los ejércitos, el héroe de Israel: «Tomaré satisfacción de mis adversarios, venganza de mis enemigos. Volveré mi mano contra ti: te limpiaré de escoria en el crisol, separaré de ti la ganga; te daré jueces como los antiguos, consejeros como los de antaño: entonces te llamarás Ciudad Justa, Villa Fiel. Sión será redimida con el derecho, los repatriados, con la justicia.»
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:
Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.»
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.

CLAVE DE LECTURA

SANTA MISA PARA EL DÍA MUNDIAL DE LAS MISIONES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

20 de octubre de 2019

 

Quisiera escoger tres palabras de las lecturas que hemos escuchado: un sustantivo, un verbo y un adjetivo. El sustantivo es el monte: de esto habla Isaías, cuando profetiza acerca de un monte del Señor, más elevado que las colinas, al que confluirán todas las naciones (cf. Is 2,2). El monte vuelve en el Evangelio, ya que Jesús, después de su resurrección, indica a los discípulos, como lugar de encuentro, un monte de Galilea, precisamente en Galilea, que está habitada por muchos pueblos diferentes, la «Galilea de los gentiles» (cf. Mt 4,15). Entonces, pareciera que el monte es el lugar donde a Dios le gusta dar cita a toda la humanidad. Es el lugar del encuentro con nosotros, como muestra la Biblia, desde el Sinaí pasando por el Carmelo, hasta llegar a Jesús, que proclamó las Bienaventuranzas en la montaña, se transfiguró en el monte Tabor, dio su vida en el Calvario y ascendió al cielo desde el monte de los Olivos. El monte, lugar de grandes encuentros entre Dios y el hombre, es también el sitio donde Jesús pasa horas y horas en oración (cf. Mc 6,46), uniendo la tierra y el cielo; a nosotros, sus hermanos, con el Padre.

¿Qué significado tiene para nosotros el monte? Que estamos llamados a acercarnos a Dios y a los demás: a Dios, el Altísimo, en el silencio, en la oración, tomando distancia de las habladurías y los chismes que contaminan. Pero también a los demás, que desde el monte se ven en otra perspectiva, la de Dios que llama a todas las personas: desde lo alto, los demás se ven en su conjunto y se descubre que la belleza sólo se da en el conjunto. El monte nos recuerda que los hermanos y las hermanas no se seleccionan, sino que se abrazan, con la mirada y, sobre todo, con la vida. El monte une a Dios y a los hermanos en un único abrazo, el de la oración. El monte nos hacer ir a lo alto, lejos de tantas cosas materiales que pasan; nos invita a redescubrir lo esencial, lo que permanece: Dios y los hermanos. La misión comienza en el monte: allí se descubre lo que cuenta. En el corazón de este mes misionero, preguntémonos: ¿Qué es lo que cuenta para mí en la vida? ¿Cuáles son las cumbres que deseo alcanzar?

Un verbo acompaña al sustantivo monte: subir. Isaías nos exhorta: «Venid, subamos al monte del Señor» (2,3). No hemos nacido para estar en la tierra, para contentarnos con cosas llanas, hemos nacido para alcanzar las alturas, para encontrar a Dios y a los hermanos. Pero para esto se necesita subir: se necesita dejar una vida horizontal, luchar contra la fuerza de gravedad del egoísmo, realizar un éxodo del propio yo. Subir, por tanto, cuesta trabajo, pero es el único modo para ver todo mejor, como cuando se va a la montaña y sólo en la cima se vislumbra el panorama más hermoso y se comprende que no se podía conquistar sino avanzando por aquel sendero siempre en subida.

Y como en la montaña no se puede subir bien si se está cargado de cosas, así en la vida es necesario aligerarse de lo que no sirve. Es también el secreto de la misión: para partir se necesita dejar, para anunciar se necesita renunciar. El anuncio creíble no está hecho de hermosas palabras, sino de una vida buena: una vida de servicio, que sabe renunciar a muchas cosas materiales que empequeñecen el corazón, nos hacen indiferentes y nos encierran en nosotros mismos; una vida que se desprende de lo inútil que ahoga el corazón y encuentra tiempo para Dios y para los demás. Podemos preguntarnos: ¿Cómo es mi subida? ¿Sé renunciar a los equipajes pesados e inútiles de la mundanidad para subir al monte del Señor? ¿Es de subida mi camino o de “escalada”?

Si el monte nos recuerda lo que cuenta —Dios y los hermanos—, y el verbo subir cómo llegar, una tercera palabra resuena hoy con mayor fuerza. Es el adjetivo todos, que prevalece en las lecturas: «todas las naciones», decía Isaías (2,2); «todos los pueblos», hemos repetido en el salmo; Dios quiere «que todos los hombres se salven», escribe Pablo (1 Tm 2,4); «id y haced discípulos a todos los pueblos», pide Jesús en el Evangelio (Mt 28,19). El Señor es obstinado al repetir este todos. Sabe que nosotros somos testarudos al repetir “mío” y “nuestro”: mis cosas, nuestra gente, nuestra comunidad…, y Él no se cansa de repetir: “todos”. Todos, porque ninguno está excluido de su corazón, de su salvación; todos, para que nuestro corazón vaya más allá de las aduanas humanas, más allá de los particularismos fundados en egoísmos que no agradan a Dios. Todos, porque cada uno es un tesoro precioso y el sentido de la vida es dar a los demás este tesoro. Esta es la misión: subir al monte a rezar por todos y bajar del monte para hacerse don a todos.

Subir y bajar: el cristiano, por tanto, está siempre en movimiento, en salida. De hecho, el imperativo de Jesús en el Evangelio es id. Todos los días cruzamos a muchas personas, pero —podemos preguntarnos— ¿vamos al encuentro de esas personas? ¿Hacemos nuestra la invitación de Jesús o nos quedamos en nuestros propios asuntos? Todos esperan cosas de los demás, el cristiano va hacia los demás. El testigo de Jesús jamás busca ser destinatario de un reconocimiento de los demás, sino que es él quien debe dar amor al que no conoce al Señor. El testigo de Jesús va al encuentro de todos, no sólo de los suyos, de su grupito. Jesús también te dice: “Ve, ¡no pierdas la ocasión de testimoniar!”. Hermano, hermana: El Señor espera de ti ese testimonio que nadie puede dar en tu lugar. «Ojalá puedas reconocer cuál es esa palabra, ese mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con tu vida. […] Así tu preciosa misión no se malogrará» (Exhort. apost. Gaudete et exsultate, 24).

¿Qué instrucciones nos da el Señor para ir al encuentro de todos? Una sola, muy sencilla: haced discípulos. Pero, atención: discípulos suyos, no nuestros. La Iglesia anuncia bien sólo si vive como discípula. Y el discípulo sigue cada día al Maestro y comparte con los demás la alegría del discipulado. No conquistando, obligando, haciendo prosélitos, sino testimoniando, poniéndose en el mismo nivel, discípulos con los discípulos, ofreciendo con amor ese amor que hemos recibido. Esta es la misión: dar aire puro, de gran altitud, a quien vive inmerso en la contaminación del mundo; llevar a la tierra esa paz que nos llena de alegría cada vez que encontramos a Jesús en el monte, en la oración; mostrar con la vida e incluso con palabras que Dios ama a todos y no se cansa nunca de ninguno.

Queridos hermanos y hermanas: Cada uno de nosotros tiene, cada uno de nosotros “es una misión en esta tierra” (cf. Exhort. apost. Evangelii gaudium, 273). Estamos aquí para testimoniar, bendecir, consolar, levantar, transmitir la belleza de Jesús. Ánimo, ¡Él espera mucho de ti! El Señor tiene una especie de ansiedad por aquellos que aún no saben que son hijos amados del Padre, hermanos por los que ha dado la vida y el Espíritu Santo. ¿Quieres calmar la ansiedad de Jesús? Ve con amor hacia todos, porque tu vida es una misión preciosa: no es un peso que soportar, sino un don para ofrecer. Ánimo, sin miedo, ¡vayamos al encuentro de todos!

Juicio de Dios
Is 2,6-22; 4,2-6
Has desechado, Señor, a tu pueblo, a la casa de Jacob; porque está llena de adivinos de oriente, de agoreros filisteos, y han pactado con extraños. Su país está lleno de plata y oro, y sus tesoros no tienen número; su país está lleno de caballos, y sus carros no tienen número; su país está lleno de ídolos, y se postran ante las obras de sus manos, que fabricaron sus dedos.
Pues será doblegado el mortal, será humillado el hombre, y no podrá levantarse. Métete en las peñas, escóndete en el polvo, ante el Señor terrible, ante su majestad sublime.
Los ojos orgullosos serán humillados, será doblegada la arrogancia humana; sólo el Señor será ensalzado aquel día, que es el día del Señor de los ejércitos: contra todo lo orgulloso y arrogante, contra todo lo empinado y engreído, contra todos los cedros del Líbano, contra todas las encinas de Basán, contra todos los montes elevados, contra todas las colinas encumbradas, contra todas las altas torres, contra todas las murallas inexpugnables, contra todas las naves de Tarsis, contra todos los navíos opulentos.
Será doblegado el orgullo del mortal, será humillada la arrogancia del hombre; sólo el Señor será ensalzado aquel día, y los ídolos pasarán sin remedio. Se meterán en las cuevas de las rocas, en las grietas de la tierra, ante el Señor terrible, ante su majestad sublime, cuando se levante, aterrando la tierra.
Aquel día, arrojará el hombre sus ídolos de plata, sus ídolos de oro -que se hizo para postrarse ante ellos- a los topos y a los murciélagos; y se meterá en las grutas de las rocas y en las hendiduras de las peñas.
Dejad de confiar en el hombre que tiene el respiro en la nariz: ¿qué vale?
Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria, fruto del país, honor y ornamento para los supervivientes de Israel. A los que queden en Sión, a los restantes en Jerusalén, los llamarán santos: los inscritos en Jerusalén entre los vivos.
Cuando lave el Señor la suciedad de las mujeres de Sión y friegue la sangre de dentro de Jerusalén, con el soplo del juicio, con el soplo ardiente, creará el Señor en el templo del monte Sión y en su asamblea una nube de día, un humo brillante, un fuego llameante de noche. Baldaquino y tabernáculo cubrirán su gloria: serán sombra en la canícula, refugio en el aguacero, cobijo en el chubasco.
Reproches a Jerusalén
Is 3,1-15
Mirad que el Señor de los ejércitos aparta de Jerusalén y de Judá bastón y sustento: todo sustento de pan, todo sustento de agua; capitán y soldado, juez y profeta, adivino y concejal; alférez y notable, consejero y artesano y experto en encantamientos. Nombraré jefes a muchachos, los gobernarán chiquillos.
Se atacará la gente, unos a otros, un hombre a su prójimo; se amotinarán muchachos contra ancianos, plebeyos contra nobles. Un hombre agarra a su hermano en la casa paterna:
«Tienes un manto, sé nuestro jefe, toma el mando de esta ruina.»
El otro protestará:
«No soy médico, y en mi casa no hay pan ni tengo manto; no me nombréis jefe del pueblo.»
Se desmorona Jerusalén, Judá se derrumba; porque hablaban y actuaban contra el Señor, rebelándose en presencia de su gloria.
Su descaro testimonia contra ellos, publican sus pecados, no los ocultan; ¡ay de ellos, que se acarrean su desgracia! ¡Dichoso el justo: le irá bien, comerá el fruto de sus acciones! ¡Ay del malvado: le irá mal, le darán la paga de sus obras! Pueblo mío, te oprimen chiquillos, te gobiernan mujeres; pueblo mío, tus guías te extravían, destruyen tus senderos.
El Señor se levanta a juzgar, de pie va a sentenciar a su pueblo. El Señor viene a entablar un pleito con los jefes y príncipes de su pueblo:
«Vosotros devastabais las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre. ¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo, moléis el rostro de los desvalidos?» Oráculo del Señor de los ejércitos.
Contra la viña del Señor
Is 5,1-7
Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones? Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos.
Ante el temor de la guerra, el signo del Emmanuel
Is 7,1-17
Reinaba en Judá Acaz, hijo de Yotán, hijo de Ozías. Rasín, rey de Damasco, y Pecaj, hijo de Romelía, rey de Israel, subieron a Jerusalén para atacarla; pero no lograron conquistarla. Llegó la noticia al heredero de David:
«Los sirios acampan en Efraín.»
Y se agitó su corazón y el del pueblo, como se agitan los árboles del bosque con el viento. Entonces el Señor dijo a Isaías:
«Sal al encuentro de Acaz, con tu hijo Sear Yasub, hacia el extremo del canal de la Alberca de Arriba, junto a la Calzada del Batanero, y le dirás: "¡Vigilancia y calma! No temas, no te acobardes ante esos dos cabos de tizones humeantes, la ira ardiente de Rasín y los sirios y del hijo de Romelía. Aunque tramen tu ruina diciendo: `Subamos contra Judá, sitiémosla, apoderémonos de ella, y nombraremos en ella rey al hijo de Tabeel.´ Así dice el Señor: No se cumplirá ni sucederá: Damasco es capital de Siria, y Rasín, capitán de Damasco; Samaria es capital de Efraín, y el hijo de Romelía, capitán de Samaria. Dentro de cinco o seis años, Efraín, destruido, dejará de ser pueblo. Si no creéis, no subsistiréis."»
El Señor volvió a hablar a Acaz:
«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz:
«No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Comerá requesón con miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. Antes que aprenda el niño a rechazar el mal y a escoger el bien, quedará abandonada la tierra de los dos reyes que te hacen temer. El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo, sobre tu dinastía, días como no se conocieron desde que Efraín se separó de Judá.»
Ira de Dios contra el reino de Israel
Is 9,7-10,4
El Señor ha lanzado una amenaza contra Jacob, y ha caído en Israel; la entenderá el pueblo entero, Efraín y los habitantes de Samaria, que van diciendo con soberbia y presunción: «Si han caído los ladrillos, construiremos con sillares; si han derribado el sicómoro, lo sustituiremos con cedro.» El Señor alzará al enemigo contra ellos y azuzará a sus adversarios: a levante, Damasco; a poniente, Filistea; devorarán a Israel a boca llena. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
Pero el pueblo no se ha vuelto al que lo hería, no ha buscado al Señor de los ejércitos. El Señor cortará cabeza y cola, palma y junco en un solo día. El anciano y el noble son la cabeza; el profeta, maestro de mentiras, es la cola. Los que guían al pueblo lo extravían, y los guiados perecen. Por eso, el Señor no se apiada de los jóvenes, no se compadece de huérfanos y viudas; porque todos son impíos y malvados, y toda boca profiere infamias. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
La maldad está ardiendo como fuego que consume zarzas y cardos: prende en la espesura del bosque y se enrosca en la altura del humo. Con la ira del Señor arde el país, y el pueblo es pasto del fuego: uno devora la carne de su prójimo, y ninguno perdona a su hermano; destroza a diestra, y sigue con hambre, devora a siniestra, y no se sacia. Manasés contra Efraín, Efraín contra Manasés, juntos los dos contra Judá. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
¡Ay de los que decretan decretos inicuos, de los notarios que registran vejaciones, que echan del tribunal al desvalido y despojan a los pobres de mi pueblo, que hacen su presa de las viudas y roban a los huérfanos! ¿Qué haréis el día de la cuenta, cuando la tormenta venga de lejos? ¿A quién acudiréis buscando auxilio, y dónde dejaréis vuestra fortuna? Iréis encorvados con los prisioneros y caeréis con los que mueren. Y, con todo, no se aplaca su ira, sigue extendida su mano.
La raíz de Jesé. Retorno del resto del pueblo de Dios
Is 11,1-16
Así dice el Señor:
«Brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor.
No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.
Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
Aquel día, el Señor tenderá otra vez su mano para rescatar el resto de su pueblo: los que queden en Asiria y Egipto, en Patros y en Cus y en Elam, en Senar y en Hamat y en las islas. Izará una enseña para las naciones, para reunir a los dispersos de Israel, y congregará a los desperdigados de Judá, de los cuatro extremos del orbe. Cesará la envidia de Efraín y se acabarán los rencores de Judá: Efraín no envidiará a Judá, ni Judá tendrá rencor contra Efraín. Hombro con hombro marcharán contra Filistea a occidente, y unidos despojarán a los habitantes de oriente: Edom y Moab caerán en sus manos, y los hijos de Amón se les someterán.
El Señor secará el golfo del mar de Egipto, y alzará la mano contra el río; con su soplo potente herirá sus siete canales, que se pasarán en sandalias. Y habrá una calzada para el resto de su pueblo que quede en Asiria, como la tuvo Israel cuando subió de Egipto.»
Isaías 12, 1-6: Acción de gracias del pueblo salvado
 
 
El que tenga sed, que venga a mí, y que beba (Jn 7,37)
 
Te doy gracias, Señor,
porque estabas airado contra mí,
pero ha cesado tu ira
y me has consolado.

Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

Aquel día diréis:
«Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso.

Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
"Qué grande es en medio de ti
el Santo de Israel."»

 

Sión, refugio de los moabitas. Conversión de Efraín
Is 16,1-5; 17,4-8
Enviad reses al soberano del país, desde la Peña del desierto al Monte Sión. Como pájaro espantado, nidada dispersa, van las hijas de Moab por los vados del Arnón.
«Danos consejo, toma una decisión; adensa tu sombra como la noche, en pleno mediodía; esconde a los fugitivos, no descubras al prófugo. Da asilo a los fugitivos de Moab, sé tú su escondrijo ante el devastador.»
Cuando cese la opresión, termine la devastación y desaparezca el que pisoteaba el país, se fundará en la clemencia un trono: sobre él se sentará con lealtad, bajo la tienda de David, un juez celoso del derecho, dispuesto a la justicia.
Aquel día la riqueza de Jacob quedará pobre, y macilenta la gordura de su cuerpo: como el segador abraza la mies y su brazo siega las espigas; como se espigan los rastrojos del valle de Refaín y queda sólo un rebusco; como al varear el olivo quedan dos o tres aceitunas en lo alto de la copa, y cuatro o cinco en las ramas fecundas -oráculo del Señor, Dios de Israel-.
Aquel día el hombre mirará a su Hacedor, sus ojos contemplarán al Santo de Israel; y ya no mirará los altares, hechura de sus manos, ni contemplará las estelas y cipos que fabricaron sus dedos.
El vigía anuncia la caída de Babilonia
Is 21,6-12
Así me ha dicho el Señor: «Ve y coloca un vigía: lo que vea, que lo anuncie. Si ve gente montada, un par de jinetes, montados en jumentos o montados en camellos, que preste atención, mucha atención y que grite: "Lo veo."»
Como vigía, Señor, yo mismo estoy de pie toda la jornada, y en mi centinela yo sigo erguido toda la noche.
Mirad: llega gente montada, un par de jinetes, y anuncian: «Ha caído, ha caído Babilonia; las estatuas de sus dioses yacen destrozadas por tierra.»
Pueblo mío, trillado en la era, lo que he escuchado del Señor de los ejércitos, Dios de Israel, yo te lo anuncio.
Oráculo contra Duma. Uno me grita desde Seír: «Vigía, ¿qué queda de la noche? Vigía, ¿qué queda de la noche?» Responde el vigía: «Vendrá la mañana y también la noche. Si queréis preguntar, preguntad, venid otra vez.»
Contra la soberbia de Jerusalén y de Sobná
Is 22,8b-23
Aquel día, inspeccionabais el arsenal, en el palacio de maderas, y descubríais cuántas brechas tenía la ciudad de David; recogíais el agua del aljibe de abajo, hacíais recuento de las casas de Jerusalén, demolíais casas para reforzar la muralla; entre los dos muros hicisteis un depósito para el agua del aljibe viejo. Pero no os fijabais en el que lo hacía, ni mirabais al que lo dispuso hace tiempo.
El Señor de los ejércitos os invitaba aquel día a llanto, y a luto, a raparos y a ceñir sayal; pero ahora: fiesta y alegría, a matar vacas, a degollar corderos, a comer carne, a beber vino, «a comer y a beber, que mañana moriremos».
Me ha revelado al oído el Señor de los ejércitos: «Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis» -lo ha dicho el Señor de los ejércitos-.
Así dice el Señor de los ejércitos: «Anda, ve a ese mayordomo de palacio, a Sobná, que se labra en lo alto un sepulcro y excava en la piedra una morada: "¿Qué tienes aquí, a quién tienes aquí, que te labras aquí un sepulcro? Mira: el Señor te aferrará con fuerza y te arrojará con violencia, te hará dar vueltas y vueltas como un aro, sobre la llanura dilatada. Allí morirás, allí pararán tus carrozas de gala, baldón de la corte de tu señor.
Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes: será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá.
Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna."»
Manifestación del Señor en su gran día
Is 24,1-18
Mirad al Señor, que hiende la tierra y la resquebraja, devasta la superficie y dispersa a sus habitantes: lo mismo plebe que sacerdote, esclavo que señor, esclava que señora, comprador que vendedor, prestatario que prestamista, acreedor que deudor. Queda rajada la tierra, despojada del todo, porque el Señor ha pronunciado esta palabra.
Languidece y descaece la tierra, desfallece y descaece el orbe, desfallecen la altura y el suelo de la tierra, empecatada bajo sus habitantes que violaron la ley, quebrantaron los mandatos, rescindieron el pacto perpetuo. Por eso, la maldición se ceba en la tierra, y lo pagan sus habitantes; por eso se consumen los habitantes del orbe, y quedan hombres contados.
Languidece el mosto, desfallece la vid, gime el corazón alegre. Cesa el alborozo de los panderos, se acaba el bullicio de los que se divierten, cesa el alborozo de las cítaras. Ya no beben vino entre canciones, el licor sabe amargo al que lo bebe. La ciudad, desolada, se derrumba; están cerradas las entradas de las casas. Se lamentan en las calles porque no hay vino, han pasado las fiestas, han desterrado el alborozo del país. En la ciudad quedan sólo escombros, y la puerta está herida de ruina.
Sucederá en medio de la tierra y entre los pueblos, como en el vareo de la aceituna o en la rebusca después de la vendimia. Ellos levantarán la voz vitoreando en honor del Señor: Aclamad desde el mar, responded desde oriente, glorificando al Señor; desde las islas del mar, el nombre del Señor, Dios de Israel. Desde el confín de la tierra oímos cánticos: «Gloria al Justo.»
Pero yo digo: «¡Qué dolor, qué dolor, ay de mí!» Los traidores traicionan, los traidores traman traiciones. Pánico y zanja y cepo contra ti, habitante del país: el que huya del grito de pánico caerá en la zanja; el que salga del fondo de la zanja quedará cogido en el cepo. Se abren las compuertas de lo alto y retiemblan los cimientos de la tierra.
El reino de Dios. Acción de gracias
Is 24,19-25,5
Aquel día, se tambaleará y se bamboleará la tierra, temblará y retemblará la tierra, se moverá y se removerá la tierra; vacilará y oscilará la tierra como un borracho, cabeceará como una choza. Tanto le pesará su pecado, que se desplomará y no se alzará más.
Aquel día, juzgará el Señor a los ejércitos del cielo en el cielo, a los reyes de la tierra en la tierra. Se van agrupando, presos en la mazmorra, y quedan encerrados; pasados muchos días, comparecerán a juicio. La Cándida se sonrojará, el Ardiente se avergonzará, cuando reine el Señor de los ejércitos en el monte Sión y en Jerusalén, glorioso delante de su senado.
Señor, mi Dios eres tú; te ensalzaré, te daré gracias; porque realizaste maravillas, antiguos designios firmes y seguros. Convertiste la ciudad en escombros, la plaza fuerte en derribo, el castillo enemigo en ruina que jamás será reconstruida.
Por eso te glorifica un pueblo fuerte, la capital de los tiranos te respeta: porque fuiste baluarte del pobre, baluarte del desvalido en la angustia, reparo del aguacero, sombra de la canícula. Porque el ánimo de los tiranos es aguacero de invierno, es canícula estival el tumulto del enemigo: tú mitigas la canícula con sombra de nubes, tú humillas el canto de los tiranos.
El banquete del Señor. Cántico de los redimidos
Is 25,6-26,6
El Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor-.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte, y Moab será pisoteado en su suelo, como se pisa la paja en el agua del muladar. Allí dentro extenderá las manos, como las extiende el nadador al nadar; pero él humillará su orgullo y los esfuerzos de sus manos. Los altos baluartes de sus murallas los humillará y doblegará, los arrojará al suelo, al polvo.»
Aquel día, se cantará este canto en el país de Judá: «Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes: Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres.»
Cántico de los justos. Promesa de resurrección
Is 26,7-21
La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ansiando tu nombre y tu recuerdo.
Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden justicia los habitantes del orbe.
Si se muestra favor al impío, no aprende justicia: en tierra de honradez obra mal, sin ver la grandeza del Señor.
Señor, tu mano está alzada, pero no la miran; que miren avergonzados tu celo por el pueblo, que un fuego devore a tus enemigos.
Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Señor, Dios nuestro, nos dominaron señores distintos a ti; pero nosotros sólo a ti reconocemos, e invocamos tu nombre.
Los muertos no viven, las sombras no se alzan; porque tú los juzgaste, los aniquilaste y extirpaste su memoria.
Señor, multiplicaste el pueblo; multiplicaste el pueblo y manifestaste tu gloria, ensanchaste los confines del país. Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento. Como la preñada cuando le llega el parto se retuerce y grita angustiada, así éramos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz... viento; no trajimos salvación al país, no le nacieron habitantes al mundo.
¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá.
Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera.
Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: la tierra descubrirá la sangre derramada y no ocultará más a sus muertos.
La viña del Señor volverá a ser cultivada
Is 27,1-13
Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente huidiza, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón marino.
A la viña hermosa le cantaréis: «Yo, el Señor, soy su guardián. Con frecuencia la riego, para que no falte su hoja, la guardo noche y día.
No me enfado más: si brotan zarzas y cardos, saldré a luchar contra ellos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo, que haga las paces conmigo.»
Llegarán días en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra. ¿Lo ha herido como hiere a los que lo hieren? ¿Lo ha matado como mueren los que lo matan? Lo castigas espantándolo y expulsándolo, arrollándolo con viento impetuoso, como al tamo en día de solano.
Con esto se expiará la culpa de Jacob, y éste será el fruto de alejar su pecado: convertir las piedras de los altares en piedra caliza triturada, y no erigir cipos ni estelas. La plaza fuerte está solitaria, como mansión desdeñada, abandonada como un desierto. Allí pastan novillos, se tumban y consumen sus ramas. Al secarse el ramaje, lo quiebran, vienen mujeres y le prenden fuego. Porque es un pueblo insensato; por eso su Hacedor no se apiada, su Creador no los compadece.
Aquel día, el Señor trillará las espigas desde el Gran Río hasta el Torrente de Egipto; pero vosotros, israelitas, seréis espigados uno a uno.
Aquel día, el Señor tocará la gran trompeta, y vendrán los dispersos del país de Asiria y los prófugos del país de Egipto, para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén.
Juicio de Dios contra Jerusalén
Is 29,1-8
¡Ay Ariel, Ariel, ciudad que sitió David! Añadid años a años, gire el ciclo de las fiestas, y asediaré a Ariel, y habrá llanto y lamento. Serás para mí como Ariel, y te sitiaré como David, te estrecharé con trincheras y alzaré baluartes contra ti.
Humillada, hablarás desde el suelo y tu palabra sonará apagada desde el polvo; como voz de fantasma desde el suelo, desde el polvo, susurrará tu palabra. Será como polvareda el tropel de tus enemigos, como nube de tamo el tropel de tus agresores.
Pero de improviso, de repente, te auxiliará el Señor de los ejércitos, con trueno y terremoto y gran estruendo, con huracán y vendaval y llamas devoradoras. Acabará como sueño o visión nocturna el tropel de los pueblos que combaten a Ariel, sus trincheras, sus baluartes, sus sitiadores.
Como sueña el hambriento que come, y se despierta con el estómago vacío; como sueña el sediento que bebe, y se despierta con la garganta reseca; así será el tropel de los pueblos que combaten contra el monte Sión.
Inutilidad de los pactos con pueblos extranjeros
Is 30,1-18
«¡Ay de los hijos rebeldes! -oráculo del Señor-, que hacen planes sin contar conmigo, que firman pactos sin contar con mi profeta, añadiendo pecado a pecado; que bajan a Egipto sin consultar mi oráculo, buscando la protección del Faraón y refugiarse a la sombra de Egipto. La protección del Faraón será su deshonra, y el refugio a la sombra de Egipto, su oprobio. Cuando estén sus magnates en Soán, y lleguen sus mensajeros a Hanés, todos se avergonzarán de un pueblo impotente, que no puede auxiliar ni servir, si no es de deshonra y afrenta.
Oráculo contra la Bestia del Sur: Por tierra siniestra y temible, de leones y leonas rugientes, de víboras y áspides voladores, llevan sus riquezas a lomo de asno y sus tesoros a giba de camellos, a un pueblo sin provecho, a Egipto, cuyo auxilio es inútil y nulo; por eso lo llamo así: "Fiera que ruge y huelga".
Ahora ve y escríbelo en una tablilla, grábalo en el bronce, que sirva para el futuro de testimonio perpetuo. Es un pueblo rebelde, hijos renegados, hijos que no quieren escuchar la ley del Señor; que dicen a los videntes: "No veáis"; y a los profetas: "No profeticéis sinceramente; decidnos cosas halagüeñas, profetizad ilusiones. Apartaos del camino, retiraos de la senda, dejad de ponernos delante al Santo de Israel."»
Por eso, así dice el Santo de Israel:
«Puesto que rechazáis esta palabra y confiáis en la opresión y la perversidad, y os apoyáis en ellas; por eso esa culpa será para vosotros como una grieta que baja en una alta muralla y la abomba, hasta que de repente, de un golpe, se desmorona; como se rompe una vasija de loza, hecha añicos sin piedad, hasta no quedar entre sus añicos ni un trozo con que sacar brasas del brasero, con que sacar agua del aljibe.»
Así decía el Señor, el Santo de Israel:
«Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma; vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos; pero no quisisteis, dijisteis: "No. Huiremos a caballo." Está bien, tendréis que huir. "Correremos al galope." Más correrán los que os persiguen.
Huirán mil ante el reto de uno, huiréis ante el reto de cinco; hasta que quedéis como mástil en la cumbre de un monte, como enseña sobre una colina.»
Pero el Señor espera para apiadarse, aguanta para compadecerse; porque el Señor es un Dios recto: dichosos los que esperan en él.
Isaías 33, 13-16: Dios juzgará con justicia
 
 
La promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos (Hch 2,39)
 
Los lejanos, escuchad lo que he hecho;
los cercanos, reconoced mi fuerza.

Temen en Sión los pecadores,
y un temblor agarra a los perversos:
"¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador,
quién de nosotros habitará una hoguera perpetua?"

El que procede con justicia y habla con rectitud
y rehúsa el lucro de la opresión,
el que sacude la mano rechazando el soborno
y tapa su oído a propuestas sanguinarias,
el que cierra los ojos para no ver la maldad:
ése habitará en lo alto,
tendrá su alcázar en un picacho rocoso,
con abasto de pan y provisión de agua.

 

Vaticinios de Isaías contra el rey de Asiria
Is 37,21-35
Isaías, hijo de Amós, mandó decir a Ezequías:
«Así dice el Señor, Dios de Israel: He oído lo que me pides acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra él:
"Te desprecia y te burla la doncella de Sión; menea la cabeza a tu espalda la ciudad de Jerusalén. ¿A quién has ultrajado e insultado, contra quién has alzado la voz y levantado tus ojos a lo alto? ¡Contra el Santo de Israel! Por medio de tus criados has ultrajado al Señor: `Con mis numerosos carros yo he subido a las cimas de los montes, a las cumbres del Líbano; he talado la estatura de sus cedros y sus mejores cipreses; llegué hasta la última cumbre y entré hasta lo más denso de su bosque. Yo alumbré y bebí aguas extranjeras; sequé bajo la planta de mis pies todos los canales de Egipto.´
¿No lo has oído? Desde antiguo lo estoy actuando, en tiempos remotos lo preparé, y ahora lo realizo; por eso tú reduces las plazas fuertes a montones de escombros. Sus habitantes, faltos de fuerza, con la vergüenza de la derrota, fueron como hierba del campo, como verde de los prados, como grama de las azoteas, agostada antes de crecer. Me entero cuando te sientas y te levantas, cuando entras y sales; cuando te agitas contra mí y cuando te calmas sube a mis oídos. Te pondré mi argolla en la nariz y mi freno en el hocico, y te llevaré por el camino por donde viniste."
Esto te servirá de señal: Este año comeréis el grano de ricio; el año que viene, lo que brote sin sembrar; el año tercero sembraréis y segaréis, plantaréis viñas y comeréis frutos. De nuevo el resto de la casa de Judá echará raíces por abajo y dará fruto por arriba; pues de Jerusalén saldrá un resto; los supervivientes, del monte Sión: el celo del Señor de los ejércitos lo cumplirá.»
Así dice el Señor acerca del rey de Asiria:
«No entrará en esta ciudad, no disparará contra ella su flecha, no se acercará con escudo ni levantará contra ella un talud; por el camino por donde vino se volverá, pero no entrará en esta ciudad -oráculo del Señor-. Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por mi honor y el de David, mi siervo.»
Isaías 38,10-14;17-20: Angustias de un moribundo y alegría de la curación
 
 
Yo soy el que vive; estaba muerto, y tengo las llaves de la muerte (Ap 1,18)
 
Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.»

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida
como una tienda de pastores.
Como un tejedor, devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.»

Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebras los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

 

Is 40,1-5.9-11: Preparadle un camino al Señor.
«Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.»
Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado la boca del Señor- »
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.»

CLAVE DE LECTURA

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

II Domingo de Adviento

10 de diciembre de 2017

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El domingo pasado empezamos el Adviento con la invitación a vigilar; hoy, segundo domingo de este tiempo de preparación a la Navidad, la liturgia nos indica los contenidos propios: es un tiempo para reconocer los vacíos para colmar en nuestra vida, para allanar las asperezas del orgullo y dejar espacio a Jesús que viene.

El profeta Isaías se dirige al pueblo anunciando el final del exilio en Babilonia y el regreso a Jerusalén. Él profetiza: «Una voz clama: “En el desierto abrid camino a Yahveh. […]. Que todo valle sea elevado”» (40, 3). Los valles para elevar representan todos los vacíos de nuestro comportamiento ante Dios, todos nuestros pecados de omisión. Un vacío en nuestra vida puede ser el hecho de que no rezamos o rezamos poco. El Adviento es entonces el momento favorable para rezar con más intensidad, para reservar a la vida espiritual el puesto importante que le corresponde. Otro vacío podría ser la falta de caridad hacia el prójimo, sobre todo, hacia las personas más necesitadas de ayuda no solo material, sino también espiritual. Estamos llamados a prestar más atención a las necesidades de los otros, más cercanos. Como Juan Bautista, de este modo podemos abrir caminos de esperanza en el desierto de los corazones áridos de tantas personas. «Y todo monte y cerro sea rebajado» (v. 4), exhorta aún Isaías. Los montes y los cerros que deben ser rebajados son el orgullo, la soberbia, la prepotencia. Donde hay orgullo, donde hay prepotencia, donde hay soberbia no puede entrar el Señor porque ese corazón está lleno de orgullo, de prepotencia, de soberbia. Por esto, debemos rebajar este orgullo. Debemos asumir actitudes de mansedumbre y de humildad, sin gritar, escuchar, hablar con mansedumbre y así preparar la venida de nuestro Salvador, Él que es manso y humilde de corazón (cf. Mateo 11, 29). Después se nos pide que eliminemos todos los obstáculos que ponemos a nuestra unión con el Señor: «¡Vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie! Se revelará la gloria de Yahveh —dice Isaías— y toda criatura a una la verá (Isaías 40, 4-5). Estas acciones, sin embargo, se cumplen con alegría, porque están encaminadas a la preparación de la llegada de Jesús. Cuando esperamos en casa la visita de una persona querida, preparamos todo con cuidado y felicidad. Del mismo modo queremos prepararnos para la venida del Señor: esperarlo cada día con diligencia, para ser colmados de su gracia cuando venga.

El Salvador que esperamos es capaz de transformar nuestra vida con su gracia, con la fuerza del Espíritu Santo, con la fuerza del amor. En efecto, el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones el amor de Dios, fuente inagotable de purificación, de vida nueva y de libertad. La Virgen María vivió en plenitud esta realidad, dejándose «bautizar» por el Espíritu Santo que la inundó de su poder. Que Ella, que preparó la venida del Cristo con la totalidad de su existencia, nos ayude a seguir su ejemplo y guíe nuestros pasos al encuentro con el Señor que viene.

Isaías 40, 10-17: El buen pastor es el Dios altísimo y sapientísimo
 
 
Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario (Ap 22,12)
 
Mirad, el Señor Dios llega con poder,
y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario,
y su recompensa lo precede.

Como un pastor que apacienta el rebaño,
su brazo lo reúne,
toma en brazos los corderos
y hace recostar a las madres.

¿Quién ha medido a puñados el mar
o mensurado a palmos el cielo,
o a cuartillos el polvo de la tierra?

¿Quién ha pesado en la balanza los montes
y en la báscula las colinas?
¿Quién ha medido el aliento del Señor?
¿Quién le ha sugerido su proyecto?

¿Con quién se aconsejó para entenderlo,
para que le enseñara el camino exacto,
para que le enseñara el saber
y le sugiriese el método inteligente?

Mirad, las naciones son gotas de un cubo
y valen lo que el polvillo de balanza.
Mirad, las islas pesan lo que un grano,
el Líbano no basta para leña,
sus fieras no bastan para el holocausto.

En su presencia, las naciones todas
como si no existieran,
valen para él nada y vacío.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 

El siervo del Señor, con su mansedumbre, es luz de las naciones
Is 42,1-9; 49,1-9
Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas.
Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, dio el respiro al pueblo que la habita y el aliento a los que se mueven en ella:
«Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.
Yo soy el Señor, éste es mi nombre; no cedo mi gloria a ningún otro, ni mi honor a los ídolos. Lo antiguo ya ha sucedido, y algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo hago oír.»
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso.»
Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas», en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios.
Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-:
«Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.»
Así dice el Señor, redentor y Santo de Israel, al despreciado, al aborrecido de las naciones, al esclavo de los tiranos: «Te verán los reyes, y se alzarán; los príncipes, y se postrarán; porque el Señor es fiel, porque el Santo de Israel te ha elegido.»
Así dice el Señor: «En el tiempo de gracia te he respondido, en el día de salvación te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: "Salid", a los que están en tinieblas: "Venid a la luz"; aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas.»
La salvación de Israel por medio de Ciro
Is 45,1-13
Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: «Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán.
Yo iré delante de ti, allanándote los cerros; haré trizas las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro, te daré los tesoros ocultos, los caudales escondidos. Así sabrás que yo soy el Señor, que te llamo por tu nombre, el Dios de Israel.
Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí.
Yo soy el Señor, y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia; yo, el Señor, hago todo esto.
Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia: yo, el Señor, lo he creado.»
¡Ay del que pleitea con su artífice, loza contra el alfarero! ¿Acaso dice la arcilla al artesano: «Qué estás haciendo», o: «Tu vasija no tiene asas»? ¡Ay del que le dice al padre: «¿Qué engendras?», o a la mujer: «¿Por qué te retuerces?»!
Así dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: «Y vosotros, ¿vais a pedirme cuentas de mis hijos? ¿Me vais a dar instrucciones sobre la obra de mis manos? Yo hice la tierra y creé sobre ella al hombre; mis propias manos desplegaron el cielo, y doy órdenes a su entero ejército. Yo le he suscitado para la victoria y allanaré todos sus caminos: él reconstruirá mi ciudad, libertará a mis deportados sin precio ni rescate», dice el Señor de los ejércitos.
Contra los dioses de Babilonia
Is 46,1-13
Se encorva Bel, se desploma Nebo; sus imágenes las cargan sobre bestias y acémilas, y las estatuas que lleváis en andas son una carga abrumadora; a una se encorvan y se desploman: incapaces de librar al que los lleva, ellos mismos marchan al destierro.
Escuchadme, casa de Jacob, resto de la casa de Israel, con quien he cargado desde el vientre materno, a quien he llevado desde las entrañas: hasta vuestra vejez yo seré el mismo, hasta las canas yo os sostendré; yo lo he hecho y yo os seguiré llevando, yo os sostendré y os libraré.
¿A quién me compararéis, me igualaréis o me asemejaréis, que se me pueda comparar? Sacan oro de la bolsa y pesan plata en la balanza; asalarian un orfebre que les fabrique un dios, se postran y hasta lo adoran. Se lo cargan a hombros, lo transportan; donde lo ponen, allí se queda; no se mueve de su sitio. Por mucho que le griten, no responde, no los salva del peligro.
Recordadlo y meditadlo, reflexionad, rebeldes, recordando el pasado predicho. Yo soy Dios, y no hay otro; no hay otro Dios como yo.
De antemano yo anuncio el futuro; por adelantado, lo que aún no ha sucedido. Digo: «Mi designio se cumplirá, mi voluntad la realizo.» Llamo al buitre de oriente, de tierra lejana al hombre de mi designio. Lo he dicho y haré que suceda, lo he dispuesto y lo realizaré.
Escuchadme, los desanimados, que os creéis lejos de la victoria: yo acerco mi victoria, no está lejos; mi salvación no tardará; traeré la salvación a Sión y mi honor será para Israel.
Lamentación sobre Babilonia
Is 47,1.3b-15
Baja, siéntate en el polvo, joven Babilonia; siéntate en tierra, sin trono, capital de los caldeos, que ya no te volverán a llamar blanda y refinada. Tomaré venganza inexorable.
Nuestro redentor, que se llama el Señor de los ejércitos, el Santo de Israel, dice: «Siéntate y calla, entra en las tinieblas, capital de los caldeos, que ya no te llamarán Señora de reinos.
Airado contra mi pueblo, profané mi heredad, la entregué en tus manos: no tuviste compasión de ellos, abrumaste con tu yugo a los ancianos, diciéndote: "Seré señora por siempre jamás", sin considerar esto, sin pensar en el desenlace.
Pues ahora escúchalo, lasciva, que reinabas confiada, que te decías: "Yo y nadie más. No me quedaré viuda, no perderé a mis hijos." Las dos cosas te sucederán, de repente, en un solo día: viuda y sin hijos te verás a la vez, a pesar de tus muchas brujerías y del gran poder de tus sortilegios.
Tú te sentías segura en tu maldad, diciéndote: "Nadie me ve"; tu sabiduría y tu ciencia te han trastornado, mientras pensabas: "Yo y nadie más." Pues vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar, caerá sobre ti un desastre que no podrás aplacar; vendrá sobre ti de repente una catástrofe que no te imaginabas.
Insiste en tus sortilegios, en tus muchas brujerías, que han sido tu tarea desde joven; quizá te aprovechen, quizá lo espantes. Te has cansado con tus muchos consejeros: que se levanten y te salven los que conjuran el cielo, los que observan las estrellas, los que pronostican cada mes lo que va a suceder.
Mira, se han convertido en paja que el fuego consume, no pueden librarse del poder de las llamas: no son brasas para calentarse ni hogar para sentarse enfrente. En eso han parado tus traficantes, con quien te atareabas desde joven: cada uno se pierde por su lado, y no hay quien te salve.»
Dios, único dueño del tiempo venidero
Is 48,1-11
Escuchad esto, casa de Jacob, que lleváis el nombre de Israel, que brotáis de la semilla de Judá, que juráis por el nombre del Señor, que invocáis al Dios de Israel, pero sin verdad ni rectitud, aunque tomáis nombre de la ciudad santa y os apoyáis en el Dios de Israel, cuyo nombre es «Señor de los ejércitos».
El pasado lo predije de antemano: de mi boca salió y lo anuncié; de repente lo realicé y sucedió. Porque sé que eres obstinado, que tu cerviz es un tendón de hierro y tu frente es de bronce, por eso te lo anuncio de antemano, antes de que te suceda te lo predigo, para que no digas: «Mi ídolo lo ha hecho, mi estatua de leño o metal lo ha ordenado.» Lo que escuchaste lo verás todo, ¿y no lo anunciarás?
Y ahora te predigo algo nuevo, secretos que no conoces; ahora son creados, y no antes, ni de antemano los oíste, para que no digas: «Ya lo sabía. » Ni lo habías oído ni lo sabías, aún no estaba abierta tu oreja; porque yo sabía lo pérfido que eres, que desde el vientre de tu madre te llaman rebelde.
Por mi nombre doy largas a mi cólera, por mi honor la reprimo para no aniquilarte. Mira, yo te he refinado como plata, te he probado en el crisol de la desgracia; por mí, por mí lo hago: porque mi nombre no ha de ser profanado, y mi gloria no la cedo a nadie.
El nuevo éxodo
Is 48,12-21; 49,9b-13
Así dice el Señor: «Escúchame, Jacob, Israel, a quien llamé: yo soy, yo soy el primero y yo soy el último. Mi mano cimentó la tierra, mi diestra desplegó el cielo; cuando yo los llamo, se presentan juntos.
Reuníos todos y escuchad: ¿quién de ellos lo ha predicho? Mi amigo cumplirá mi voluntad sobre Babilonia y la raza de los caldeos.
Yo mismo, yo he hablado y yo lo he llamado, lo he traído y he dado éxito a su empresa. Acercaos y escuchad esto: no hago predicciones en secreto, y desde que sucede, allí estoy yo.» Y ahora el Señor Dios me ha enviado con su Espíritu.
Así dice el Señor, tu redentor, el Santo de Israel: «Yo, El Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues.
Si hubieras atendido a mis mandatos, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería como arena, como sus granos, los vástagos de tus entrañas; tu nombre no sería aniquilado ni destruido ante mí»
¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos! Con gritos de júbilo anunciadlo y proclamadlo, publicadlo hasta el confín de la tierra. Decid: El Señor ha redimido a su siervo Jacob. No pasaron sed cuando los siguió por la estepa, hizo brotar agua de la roca, hendió la roca y manó agua.
Por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán.
Miradlos venir de lejos; miradlos, del norte y del poniente, y los otros del país de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados.
Is 49,1-6: Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.
Escuchadme, islas;
atended, pueblos lejanos:
Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó;
en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada,
me escondió en la sombra de su mano;
me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba
y me dijo:
«Tú eres mi siervo,
de quien estoy orgulloso.»
Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado,
en viento y en nada he gastado mis fuerzas»,
en realidad mi derecho lo llevaba el Señor,
mi salario lo tenía mi Dios.
Y ahora habla el Señor,
que desde el vientre me formó siervo suyo,
para que le trajese a Jacob,
para que le reuniese a Israel
-tanto me honró el Señor,
y mi Dios fue mi fuerza-:
«Es poco que seas mi siervo
y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel;
te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra.»

"Perseverar en el servicio" 

Martes, 7 de abril de 2020

Homilía del Papa Francisco

 

La profecía de Isaías que hemos escuchado es una profecía sobre el Mesías, sobre el Redentor, pero también una profecía sobre el pueblo de Israel, sobre el pueblo de Dios: podemos decir que puede ser una profecía sobre cada uno de nosotros. En sustancia, la profecía subraya que el Señor ha elegido a su servidor desde el vientre materno: lo dice dos veces (cf. Is 49,1). Su siervo fue elegido desde el principio, desde el nacimiento o antes del nacimiento. El pueblo de Dios fue elegido antes de nacer, también cada uno de nosotros. Ninguno de nosotros cayó en el mundo por casualidad, por caso. Cada uno tiene un destino, un destino libre, el destino de la elección de Dios. Yo nazco con el destino de ser hijo de Dios, de ser siervo de Dios, con la tarea de servir, de construir, de edificar. Y esto, desde el seno materno.

El siervo de Yahvé, Jesús, sirvió hasta la muerte: parecía una derrota, pero era la manera de servir. Y esto subraya la manera de servir que debemos tener en nuestras vidas. Servir es darse a sí mismo, darse a los demás. Servir no es pretender para cada uno de nosotros otro beneficio que no sea el de servir. Servir es la gloria, y la gloria de Cristo es servir hasta el punto de aniquilarse hasta la muerte, muerte de cruz (cf. Flp 2,8). Jesús es el servidor de Israel. El pueblo de Dios es siervo, y cuando el pueblo de Dios se aleja de esta actitud de servicio es un pueblo apóstata: se aleja de la vocación que Dios le ha dado. Y cuando cada uno de nosotros se aleja de esta vocación de servicio, se aleja del amor de Dios, y construye su vida sobre otros amores, muchas veces idólatras.

El Señor nos ha elegido desde el vientre materno. En la vida hay caídas: cada uno de nosotros es un pecador y puede caer, y ha caído. Sólo la Virgen y Jesús... todos los demás hemos caído, somos pecadores. Pero lo que importa es la actitud ante el Dios que me eligió, que me ungió como siervo; es la actitud de un pecador que es capaz de pedir perdón, como Pedro, que jura que “no, nunca te negaré, Señor, nunca, nunca, nunca”, pero luego, cuando el gallo canta, llora. Se arrepiente (cf. Mt 26,75). Este es el camino del siervo: cuando resbala, cuando cae, pide perdón.

En cambio, cuando el siervo no es capaz de comprender que ha caído, cuando la pasión lo domina de tal manera que lo lleva a la idolatría, abre su corazón a satanás, entra en la noche: eso es lo que le pasó a Judas (cf. Mt 27, 3-10).

Pensemos hoy en Jesús, el siervo, fiel en el servicio. Su vocación es servir hasta la muerte y muerte de Cruz (cf. Flp 2,5-11). Pensemos en cada uno de nosotros, parte del pueblo de Dios: somos servidores, nuestra vocación es servir, no aprovechar nuestro lugar en la Iglesia. Servir. Siempre en servicio.

Pidamos la gracia de perseverar en el servicio. A veces con resbalones, caídas, pero la gracia de al menos llorar como Pedro lloró.

Restauración de Sión
Is 49,14-50,1
Sión decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado.» ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Mira, en mis palmas te llevo tatuada, tus muros están siempre ante mí; los que te construyen van más aprisa que los que te destruyen, los que te arrasaban se alejan de ti.
Levanta los ojos en torno y mira: todos se reúnen para venir a ti; por mi vida -oráculo del Señor- a todos los llevarás como vestido precioso, serán tu cinturón de novia. Porque tus ruinas, tus escombros, tu país desolado, resultarán estrechos para tus habitantes, mientras se alejarán los que te devoraban. Los hijos que dabas por perdidos te dirán otra vez: «Mi lugar es estrecho, hazme sitio para habitar.» Pero tú dices: «¿Quién me engendró a éstos? Yo, sin hijos y estéril, ¿quién los ha criado? Me habían dejado sola, ¿de dónde vienen éstos?»
Así dice el Señor: «Mira, con la mano hago seña a las naciones, alzo mi estandarte para los pueblos: traerán a tus hijos en brazos, a tus hijas las llevarán al hombro. Sus reyes serán tus ayos; sus princesas, tus nodrizas; rostro en tierra, te adorarán, lamerán el polvo de tus pies, y sabrás que yo soy el Señor, que no defraudo a los que esperan en mí.
¿Se le puede quitar la presa a un soldado, se le escapa su prisionero al vencedor? Si le quitan a un soldado el prisionero y se le escapa la presa al vencedor, yo mismo defenderé tu causa, yo mismo salvaré a tus hijos.
Haré a tus opresores comerse su propia carne, se embriagarán de su sangre como de vino; y sabrá todo el mundo que yo soy el Señor, tu salvador, y que tu redentor es el Héroe de Jacob.»
Así dice el Señor: «¿Dónde está el acta de repudio con que despedí a vuestra madre? ¿O a cuál de mis acreedores os he vendido? Mirad, por vuestras culpas fuisteis vendidos, por vuestros crímenes fue repudiada vuestra madre.»
Promesa de salvación para los descendientes de Abrahán
Is 51,1-11
Escuchadme, los que vais tras la justicia, los que buscáis al Señor: Mirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron; mirad a Abrahán, vuestro padre; a Sara, que os dio a luz: cuando lo llamé, era uno, pero lo bendije y lo multipliqué.
El Señor consuela a Sión, consuela a sus ruinas: convertirá su desierto en un edén, su yermo en jardín del Señor; allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.
Hacedme caso, pueblos, dadme oído, naciones, pues de mí sale la ley, mis mandatos son luz de los pueblos. En un momento haré llegar mi victoria, amanecerá como el día mi salvación, mi brazo gobernará los pueblos: me están aguardando las islas, ponen su esperanza en mi brazo.
Levantad los ojos al cielo, mirad abajo, a la tierra: el cielo se disipa como humo, la tierra se consume como ropa, sus habitantes mueren como mosquitos; pero mi salvación dura por siempre, mi victoria no tendrá fin.
Escuchadme, los entendidos en derecho, el pueblo que lleva mi ley en el corazón: no temáis la afrenta de los hombres, no desmayéis por sus oprobios: pues la polilla los roerá como a la ropa, como los gusanos roen la lana; pero mi victoria dura por siempre, mi salvación de edad en edad.
¡Despierta, despierta, revístete de fuerza, brazo del Señor, despierta como antaño, en las antiguas edades! ¿No eres tú quien destrozó al monstruo y traspasó al dragón? ¿No eres tú quien secó el mar y las aguas del gran océano, el que hizo un camino por el fondo del mar para que pasaran los redimidos?
Los rescatados del Señor volverán, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría; pena y aflicción se alejarán.

 

Se anuncia a Jerusalén la Buena Nueva
Is 51,17-52,2.7-10
¡Espabílate, espabílate, ponte en pie, Jerusalén!, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, y apuraste hasta el fondo el cuenco del vértigo. Entre los hijos que engendró, no hay quien la guíe; entre los hijos que crió, no hay quien la lleve de la mano.
Esos dos males te han sucedido, ¿quién te compadece? Ruina y destrucción, hambre y espada, ¿quién te consuela? Tus hijos yacen desfallecidos en las encrucijadas, como antílope en la red, repletos de la ira del Señor, de la amenaza de tu Dios.
Por tanto, escúchalo, desgraciada; borracha, y no de vino. Así dice el Señor, tu Dios, defensor de su pueblo:
«Mira, yo quito de tu mano la copa del vértigo, no volverás a beber del cuenco de mi ira; lo pondré en las manos de tus verdugos, que decían a tu cuello: "Dóblate, que pasemos encima"; y presentaste la espalda como suelo, como calzada para los transeúntes.»
¡Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión, vístete el traje de gala, Jerusalén, santa ciudad!, porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros. Sacúdete el polvo, ponte en pie, Jerusalén cautiva; desata las correas de tu cuello, Sión cautiva.
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: «Tu Dios es rey»! Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios.
Is 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes.
Buscad al Señor mientras se le encuentra,
invocadlo mientras esté cerca;
que el malvado abandone su camino,
y el criminal sus planes;
que regrese al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
-oráculo del Señor-.
Como el cielo es más alto que la tierra,
mis caminos son más altos que los vuestros,
mis planes, que vuestros planes.

CLAVE DE LECTURA

SANTA MISA PARA EL CUERPO DE LA GENDARMERÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Gruta de Lourdes, Jardines vaticanos
Domingo, 24 de septiembre de 2017

 

 

En la primera Lectura, el profeta Isaías nos exhorta a buscar al Señor, a convertirnos: «Buscad al Señor mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano. Deje el malo su camino, el hombre inocuo sus pensamientos» (55, 6-7). Es la conversión. Nos dice que el camino es aquel: buscar al Señor. Cambiar de vida, convertirse... Y esto es cierto. Pero Jesús cambia la lógica y va más allá, con una lógica que ninguno podía entender: es la lógica del amor de Dios. Es cierto, tú debes buscar al Señor y hacer de todo para encontrarlo; pero lo importante es que es Él el que te está buscando a ti. Él te está buscando. Más importante que buscar al Señor es darse cuenta de que Él me busca.

Este pasaje del Evangelio, esta parábola nos hace entender esto: Dios sale para encontrarnos. Durante cinco veces se habla en este pasaje de la salida: la salida de Dios, el jefe de casa, que va a buscar jornaleros para su viña. Y la jornada es la vida de una persona, y Dios sale por la mañana, a media mañana, a mediodía, por la tarde, hasta las cinco. No se cansa de salir. Nuestro Dios no se cansa de salir para buscarnos, para hacernos ver que nos ama. «Pero, Padre, yo soy un pecador...». Y cuántas veces nosotros estamos en la calle como aquellos [de la parábola], que están allí todo el día; y estar en la calle es estar en el mundo, estar en los pecados, estar... «¡Ven!» —«Pero es tarde...»— «¡Ven!». Para Dios nunca es tarde. Nunca, ¡nunca!. Esta es su lógica de la conversión. Él sale de Sí mismo para buscarnos y tanto salió de Sí mismo que mandó a su hijo para buscarnos. Nuestro Dios siempre tiene la mirada en nosotros. Pensemos en el padre del hijo pródigo: dice el Evangelio que lo vio llegar de lejos (cf Lc 15, 20). Pero, ¿por qué lo vio? Porque todos los días y tal vez varias veces al día subía a la terraza a mirar si iba el hijo, si el hijo volvía. Este es el corazón de nuestro Dios: nos espera siempre. Y cuando alguno dice: «He encontrado a Dios», se equivoca. Él, al final, te ha encontrado y te ha llevado consigo. Es Él quien da el primer paso. Él no se cansa de salir, salir... Él respeta la libertad de cada hombre pero está allí, esperando que nosotros le abramos un poquito la puerta. Y esto es lo grande del Señor: es humilde. Nuestro Dios es humilde. Se humilla esperándonos. Está siempre allí, esperando. Todos nosotros somos pecadores y todos necesitamos el encuentro con el Señor: un encuentro que nos dé fuerza para andar adelante, ser mejores, simplemente. Pero estemos atentos. Porque Él pasa, Él viene y sería triste que Él pasase y nosotros no nos diéramos cuenta de que Él está pasando. Y pidamos hoy la gracia: «Señor, que yo esté seguro de que Tú estás esperando. Sí, esperándome, con mis pecados, con mis defectos, con mis problemas». Todos tenemos, todos. Pero Él está ahí: está ahí, siempre. El peor de los pecados creo que es no entender que Él está siempre ahí esperándome, no tener confianza en este amor: la desconfianza en el amor de Dios.

Que el Señor, en esta jornada alegre para vosotros, os conceda esta gracia. También a mí, a todos. La gracia de estar seguros de que Él siempre está en la puerta, esperando que yo abra un poquito para entrar. Y no tengáis miedo: cuando el hijo pródigo encontró a su padre, el padre bajó de la terraza y fue al encuentro del hijo. Aquel anciano iba con prisa y dice el Evangelio que cuando el hijo comenzó a hablar: «Padre. He pecado...» no le dejó hablar; lo abrazó y lo besó (cf 15, 20-21). Esto es lo que nos espera si abrimos un poquito la puerta: el abrazo del Padre.

El ayuno agradable a Dios
Is 58,1-12
Así dice el Señor Dios:
«Grita a plena voz, sin cesar, alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados.
Consultan mi oráculo a diario, muestran deseo de conocer mi camino, como un pueblo que practicara la justicia y no abandonase el mandato de Dios. Me piden sentencias justas, desean tener cerca a Dios.»
«¿Para qué ayunar, si no haces caso?, ¿mortificarnos, si tú no te fijas? »
«Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces.
¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica?, mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?
El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás, y te dirá: "Aquí estoy."
Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.
El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas.»
Revelación de la gloria del Señor sobre Jerusalén
Is 60,1-22
¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira: todos ésos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará, cuando vuelquen sobre ti los tesoros del mar y te traigan las riquezas de los pueblos.
Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.
A los rebaños de Cadar los reunirán para ti y los carneros de Nebayot estarán a tu servicio; subirán a mi altar como víctimas gratas, y honraré mi noble casa.
¿Quiénes son ésos que vuelan como nubes y como palomas al palomar? Son navíos que acuden a mí, en primera línea las naves de Tarsis, para traer a tus hijos de lejos, y con ellos su plata y su oro, por la fama del Señor, tu Dios, del Santo de Israel, que así te honra.
Extranjeros reconstruirán tus murallas y sus reyes te servirán; si te herí en mi cólera, con mi favor te compadezco.
Tus puertas estarán siempre abiertas, ni de día ni de noche se cerrarán: para traerte las riquezas de los pueblos guiados por sus reyes. El pueblo y el rey que no se te sometan perecerán, las naciones serán exterminadas.
Vendrá a ti el orgullo del Líbano, con el ciprés y el abeto y el pino, para adornar el lugar de mi santuario y ennoblecer mi estrado.
Los hijos de tus opresores vendrán a ti encorvados, y los que te despreciaban se postrarán a tus pies; te llamarán Ciudad del Señor, Sión del Santo de Israel.
Estuviste abandonada, aborrecida y deshabitada, pero te haré el orgullo de los siglos, la delicia de todas las edades.
Mamarás la leche de los pueblos, mamarás al pecho de los reyes; y sabrás que yo, el Señor, soy tu salvador, el Héroe de Jacob es tu redentor.
En vez de bronce, te traeré oro, en vez de hierro, te traeré plata, en vez de madera, bronce, y en vez de piedra, hierro; te daré por magistrados la paz, y por gobernantes la justicia.
No se oirán más violencias en tu tierra, ni dentro de tus fronteras ruina o destrucción; tu muralla se llamará «Salvación», y tus puertas «Alabanza».
Ya no será el sol tu luz en el día, ni te alumbrará la claridad de la luna; será el Señor tu luz perpetua, y tu Dios será tu esplendor; tu sol ya no se pondrá, ni menguará tu luna, porque el Señor será tu luz perpetua y se cumplirán los días de luto.
En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra: es el brote que yo he plantado, la obra de mis manos, para gloria mía.
El pequeño crecerá hasta mil, y el menor se hará pueblo numeroso. Yo soy el Señor y apresuraré el plazo.
Is 61,1-2a
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.