Fuentes bíblicas de la doctrina social

«La Iglesia, partícipe de los  gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres,  es solidaria con cada hombre y cada mujer, de  cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que  con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos. En la humanidad  y en el mundo, la Iglesia es el sacramento del amor de Dios y, por ello, de la  esperanza más grande, que activa y sostiene todo proyecto y empeño de auténtica  liberación y promoción humana. La Iglesia es entre los hombres la tienda del  encuentro con Dios -« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3)-, de modo que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo  por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo.  La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente  espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que el hombre  vive, donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de  corresponder al proyecto divino» (Compendio de doctrina social de la Iglesia, n. 60).

«Único e irrepetible en su  individualidad, todo hombre es un ser abierto a la relación con los demás en la  sociedad. El con-vivir en la red de nexos que aúna  entre sí individuos, familias y grupos intermedios, en relaciones de encuentro,  de comunicación y de intercambio, asegura una mejor calidad de vida. El bien  común, que los hombres buscan y consiguen formando la comunidad social, es  garantía del bien personal, familiar y asociativo. Por estas  razones se origina y se configura la sociedad, con sus ordenaciones  estructurales, es decir, políticas, económicas, jurídicas y culturales. Al  hombre « insertado en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna », la Iglesia se dirige con su doctrina social. « Con la experiencia que tiene de  la humanidad », la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en  sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus  tareas, y tiene para él una palabra de vida que resuena en las vicisitudes  históricas y sociales de la existencia humana» (Compendio de doctrina social de la Iglesia, n. 61).

«Con su enseñanza social, la  Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las  relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad -el hombre como destinatario del anuncio evangélico-, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio. Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la  sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo  determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y  cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su  propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en  la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir,  auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella  la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un  ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a  la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se  realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el  camino primero y fundamental de  la Iglesia » (Compendio de doctrina social de la Iglesia, n. 62).